
Me miro en el espejo y veo mi rostro cambiado por el paso del tiempo,
envejecido sin comprender el relato de la vida,
pues,
los minutos parecen horas y los recuerdos se desfiguran en el olvido.
Metafísica carente de sentido.
Descomposición atroz.
Y tú lo sabías,
aún sumergida en oscuras penumbras,
pues solo anhelaba amar sin tabúes,
ser querido por ser un yo omnipresente en un mundo de dos,
no llorar por las noches cuando la soledad se presentaba en toda su realidad,
en humana,
para sacudir mis pilares y temblar,
pensando en que mañana amanecería y que el sol – quizá – jamás volvería con brillo.
Pero regresó y,
aun así,
fui durante tu estancia,
un vinilo rayado;
un juguete roto;
un puzle con piezas que no encajaban.
Y;
sentí el vacío eterno debajo de mis pies;
probé el sabor metálico de un cañón y todos los cocteles posibles para encarar las noches de vigilia;
anhelé ser un diseñador de sueños, pero me convertí en un ser vivo en peligro de extinción y en el gran tótem de los fracasados;
intenté enfrentarme a la vida tal que tuerto que mira un cuadro oblicuo, pero sufrí en mis entrañas la soledad del vacío que causa el silencio…
… Puesto que era – y soy – un teléfono sin tarjeta SIM…
…No obstante…
Hoy me he despertado pronto y,
en la oscuridad de la noche,
pues el sol aún dormía,
me he preguntado cómo ciento veinte días consecutivos de pesar no fueron suficientes para doblegarnos.
Hemos sido capaz de abstraernos durante meses de vacuos e intrascendentes sufrimientos e,
interpreto,
entre la maraña de pensamientos confusos,
que buena parte de nuestro comportamiento se explica por la inexistencia de reproches y la fortaleza de los momentos comunes.
Porque sí,
hemos salido de la cueva,
y por fin,
siento el calor y la energía para recuperar nuestra declaración de amor,
sin necesidad de notarios ni testigos,
un, dos, tres y aparece,
con un simple chasquido de dedos y sin eutanasia legal.
Y tú lo sabes,
en presente,
mis recuerdos se superponen uno encima de otro como una matrioshka,
porque también me lo escribiste…
…En tu posdata…
He ahí el amor filantrópico,
y el calor de la acogida,
y el de un beso materno.
Y ahora te observo sentada en un sofá de cuero chocolate,
junto con ancianos que lloran por la falta de pasado,
entre lápices de colores;
cuadernos de gimnasia mental;
y sillas de ruedas y taca-tacas.
Pero juntos, siempre, finalizaremos esta inconclusa carta,
pues como dijo aquel,
quien no avanza retrocede.
(***)
Posdata:
«me había trasladado a otras épocas, a la época primigenia cuando tenía 23 años y esperaba tu llegada y repentina y absolutamente todo mi mundo cambió y la mayoría de las cosas que creía de máxima importancia, como un juego de barajas o de puzles cambiaron repentinamente de lugar y todo comenzó a perfilarse dentro de mí y a acomodarse conformándome como otro ser, como la mujer que sería, como madre. Aparte de que mi cuerpo tomó su propio camino, mi mente no podía despegarse de la pequeña materia que portaba y aún invisible me obsesionaba convirtiéndose en el primer pensamiento al despertar y el último al dormir. Todo lo recuerdo. Hiciste que me sintiera como una reina y en mi frente sentía como una tiara invisible que me elevaba la mirada y dibujaba una eterna sonrisa. De noche acariciaba mi vientre imaginando qué y cómo serías y un 6 de enero del 73 por fin te sentí, como el coleteo de un pececillo, algo sutil y diferente, algo diferente a mí, alguien. Recuerdo esa felicidad inefable, plena e intransferible. Fue una declaración de amor para toda la vida. Cuando llegaste, llenaste mis brazos y nos convertimos en una extraña y mimética pareja. Tenías un reloj interior más exacto que un perfecto suizo y conocía tu rostro redondito y tu nariz con una espinilla negra que no podía conseguir retirar sin dañarte y tus pestañas que de tan largas se arrugaban como un acordeón…»
Yo también te quiero, mamá.
