Era el segundo lunes tras el acontecimiento del 29 de octubre de 2024 que tanto nos cambiaría la vida a muchos valencianos. No obstante, me desperté a la misma hora de siempre; mi reloj de mesilla parpadeaba las 7:20 am indicando que, a pesar del cansancio, el día comenzaba. También noté un ligero pinzamiento en el cuello, «otra vez tortícolis», pensé, «quizá sea por la pesadez y humedad del día». Saludé a Tula (la perra que me acompañaba en el silencioso apartamento en el que vivía), quien me contestó como acostumbraba con eléctricos movimientos de rabo.
Ya en la cocina y sin encender la luz, me preparé un café doble con leche acompañado de un yogurt desnatado con avena, siguiendo el consejo del médico de la empresa que me aseguró que tendría más energía por las mañanas. Por el momento había errado en su prescripción. Me solían sentar mejor otras sustancias, pero no creo que las compañías estuviesen para financiar tratamientos terapéuticos. Mientras desayunaba, ojeé el teléfono y leí diversos medios informativos y sus reiterativos titulares, aunque aquel día, los titulares, se repartían el espacio y la primera plana entre dos noticias de diversa índole: La victoria de Trump supondrá un frenazo a la acción climática; 14 horas que no frenaron la tragedia: del caos en la Generalitat a la tardía reunión de la Moncloa. Todas noticias objetivas e imparciales. «Es una cuestión de prioridades mediáticas y del bienestar general», pensé. «También del rodillo político». En las últimas tres semanas y por este orden, las grandes noticias fueron: los escarceos y no tan escarceos sexuales de Íñigo Errejón que a muchos les pilló por sorpresa; la DANA valenciana y sus crecientes muertos hasta alcanzar, por ahora, los doscientos catorce. Hoy tocaba Donald Trump.
«Otra vez con lo mismo. Una noticia entierra a otra». A mediados de agosto del año 2021, tras diecinueve años desde el inicio de la operación Libertad Duradera, sólo se hablaba – en cualquier tertulia de televisión que mereciera el respeto de la audiencia – de la vuelta de los talibanes al gobierno; de los impactos geopolíticos y del precio futuro del petróleo; del retroceso de las libertades que a partir de ese momento tendrían las mujeres, y de las represalias contra quienes apoyaron a los americanos y a los cascos azules. Sin embargo, el 30 de agosto de ese mismo mes, mientras el ejército talibán tomaba el control del aeropuerto y sobre millones de inocentes, el último avión estadounidense despegó de Afganistán y jamás se volvió a comentar el tema (ahora las mujeres no pueden ni hablar en la calle mientras caminan). Como se decía en la novela Naura: Afganistán nunca será nuestra por muchos Paul que se presenten como voluntarios, a no ser que estemos dispuestos a perder a cien caballeros de la Orden de Malta para salvar a una señorita en apuros.
Ya en septiembre del mismo año, llegó la catástrofe natural del volcán Cumbre Vieja en La Palma que obligaba a evacuar a más de seis mil personas. Parece ser que esta catástrofe natural llevó a la indigencia, a vivir en contenedores y a la desesperanza más absoluta a parte de la población de la isla, a pesar de que el Gobierno central les hubiesen construido nuevos centros culturales, instalado fibra óptica y promovidos conciertos de música. Quizá estas extrañas contradicciones no dejaban de ser fakes news construidos por «arañas», «rastreadores» o «bots». Qué sé yo.
Una vez desayunado, y después de ésta sin sentida reflexión, me fui a la ducha arrastrando los pies más de lo habitual. Tenía mucho sueño ese día, «qué extraño», pensé, «ayer no me acosté tarde».
En la ducha, comencé a acordarme de un sueño extraño que había tenido esa noche. No lo recordaba bien, tampoco lo llegaba a entender en toda su majestuosidad. En el sueño me veía a mí mismo en la habitación de niño, en la casa de mis padres, pero que no era exactamente igual a la real. Las paredes estaban pintadas de gris, y en ellas en vez de posters de grupos musicales había cuadros abstractos que mostraban unos difuminados cuerpos de mujeres desnudas. Tampoco estaba mi escritorio donde me pasé gran parte de los estudios universitarios, y la forma de la habitación era hexagonal en vez de cuadrada. Todo lo veía además desde arriba, como si estuviera en el cielo y enfocara la habitación con una super lente gigante. Primero visualicé la casa, que se hacía cada vez más pequeña. Luego vi la ciudad, que también disminuía hasta ver el país, el continente y finalmente la Tierra como un pequeño punto negro. Pensé que ese punto podría ser yo.
Me vestí.
En el trayecto al trabajo, puse la radio del coche, y otra vez lo mismo de las últimas semanas; que si urbanismo desorganizado; que si ya van por doscientos veinte muertos; que si las precipitaciones fueron excepcionales y que no se podía prever; que si el cambio climático; que si faltaban presas; que si debieran dimitir todos los políticos después de la crisis política por la gestión de lo sucedido…
…En un instante, alguien se cruzó bruscamente con su coche y rozó la aleta del mío. Pité. Pité con una rabia muy oscura, pero el otro conductor me miró y sin mostrar arrepentimiento alguno, continúo su camino. No hice nada. Después, pensé en lo que debería haberle dicho al conductor, pero como siempre, eran ideas sobre cómo responder a malos gestos que terminaban almacenadas en alguno de mis compartimentos cerebrales. Otra vez con el cortisol. Dichosa hormona.
Una vez en el trabajo me monté en el ascensor para subir a mi planta. Casi todas las personas estaban con auriculares y leyendo noticas en su teléfono o contestando WhatsApps. No escuché ninguna respuesta a mis buenos días. Llegué a mi sitio y encendí el ordenador y en la pantalla me saltaron numerosos recordatorios de las tareas que tenía que hacer ese día. Sonreí ligeramente pensando que eran las mismas que hacía todos los días y, aun así, me las apuntaba por si acaso se me olvidaban.
A la hora, después de tomarme el segundo café, sonó mi teléfono. Era la secretaria del jefe o de la jefa –la gran o el gran mamporrero@ de España– que me avisaba de que a las 10:30am tenía que ir a verle@. «Qué querrá ahora», exclamé para mis adentros, pero lo hice. Fui y entré con educación.
– ¿Puedo? – pregunté.
– Por favor, Juan, pase – me contestó con una amplia sonrisa.
Después de tomar asiento, y sin demasiados preámbulos, que agradecí por otro lado, me dijo:
– Usted sabrá en el problema en el que estamos metidos, que más allá del resultado de este año, que no ha sido todo lo bueno que esperábamos, no se sabe las ayudas que recibiremos del Estado o de la Generalitat Valenciana, tampoco si los seguros cubrirán la maquinaria de la fábrica y la reconstrucción de la nave. Por ello, también desconocemos cuándo podremos comenzar de nuevo a producir. Mientras tanto, tenemos que tomar medidas para que nuestros accionistas continúen creyendo en nosotros. Nos dicen que necesitan los dividendos, que ellos también tienen sus problemas con otras inversiones.
[Tiempo muerto].
Lo siento, se ha hecho un análisis individualizado de las capacidades de todas las personas del departamento…si bien todo el mundo tiene un buen concepto de usted, nadie sabe exactamente qué es lo que hace …no hace falta que me lo explique, conozco perfectamente sus capacidades…es extraño, nadie lo conoce bien…lo ayudaremos en todo lo que podamos, pero muy a mi pesar, le tengo que anunciar…ya sabe, en fin…
¿Qué mierda es esa? Siempre son los mismos quienes pagan los platos rotos. Mucho rumiar, pero no dije nada. También pensé que quizá hubiera sido más fácil algo tan sutil como … «Ya sabes lo que tienes que hacer». Y te metes un tiro o, si no tienes pistola, te cortas las venas en el agua caliente de una bañera.
Salí del despacho lentamente. La secretaria me miró con los ojos caídos como si viese a otra víctima del sistema, de otro u otra, elegido@ por aclamación popular o por una genuflexión. Rodillos existen no solo en la política.
No pasa nada. Nunca fui tan vanidoso como para confiar en la raza humana. Además, pensé: «creo que se me ha olvidado descongelar el pollo, mierda», proferí en silencio, «¿qué cenaré hoy?», me pregunté.
También recordé que tenía que ir a comprar flores para algunos de mis familiares arrastrados por la subida del río.